En lo más alto de los Andes, donde las montañas tocan el cielo, vivían el majestuoso Cóndor Andino y el imponente Oso de Anteojos. Ambos eran símbolos de la grandiosidad de la naturaleza.
Un día, mientras el Cóndor planeaba sobre las cumbres, divisó al Oso luchando por encontrar comida entre los arbustos. Movido por la compasión, el Cóndor descendió y ofreció su vista aguda para ayudar al Oso a localizar los mejores frutos y raíces.
Agradecido, el Oso invitó al Cóndor a unirse a él en su exploración. Juntos, recorrieron los vastos territorios, descubriendo la diversidad de la vida en las montañas. Cada uno aportaba sus habilidades únicas: el Cóndor, su agudeza visual y vuelo majestuoso; el Oso, su fuerza y conocimiento de la tierra.
Con el tiempo, se convirtieron en compañeros inseparables, protegiendo juntos su hogar de cualquier amenaza. Aprendieron que la diversidad no solo radica en sus diferencias, sino en su capacidad para complementarse mutuamente.
La moraleja de esta historia es que la verdadera grandeza reside en la colaboración y el respeto por la diversidad. Solo cuando unimos nuestras fortalezas y apreciamos nuestras diferencias, podemos proteger y preservar la belleza y la armonía de nuestro entorno natural.
Attt: Adrián Logroño
4/4/2024